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La otra música del carnaval de La Habana

Los alertas propagandistas del totalitarismo cubano proponen, para el turismo extranjero y para sus cómplices y admiradores incondicionales, la imagen de una sociedad tranquila, pacífica, bondadosa y fraternal en la que la violencia brilla por su ausencia. Pero en realidad, en la vida de todos los días de San Antonio a Maisí, lo único que brilla y muestra la grave sombra de su esplendor es el control sobre los medios de prensa donde, a pesar de la preferencia oficial por ese color, está prohibida radicalmente la crónica roja.

En efecto, no hay ningún espacio para las reseñas de los episodios de robos, asaltos, riñas tumultuarias, violencia doméstica, broncas de barrios, tánganas de borrachos, la presencia cada vez más frecuente de pandillas juveniles o de delincuentes con cuchillos, machetes, punzones o con pistolas Makarov, el arma reglamentaria de la policía, que se puede comprar en la calle por unos 100 pesos convertibles.

Es imposible obtener información pública sobre el entorno difícil y riesgoso, pero los cubanos de a pie lo sienten, lo experimentan y lo padecen. Y tienen que protegerse de ese fenómeno peligroso y creciente que el gobierno ignora por conveniencia y, además, porque sus fuerzas no están capacitadas para frenar una ola gigante que tiene su espuma más alta en Ciudad de La Habana.

Los habaneros, dice el periodista Iván García desde la capital cubana, han buscado una solución al asunto transformando sus casas en búnkeres. Si a alguien le sobra el trabajo en Cuba es a los herreros, añade, porque cuando se camina por la ciudad se asombra del número de cercas, tapias, rejas que fortifican cualquier tipo de vivienda.

Una nota del comunicador Ernesto Pérez Chang escribe que asesinato, robo, asalto, violación son palabras que han ido permeando las conversaciones diarias hasta convertirse en temas ni recurrentes. Luego añade que la política del silencio oficial incluye también las estadísticas delictivas y afirma que residentes de La Habana y gente de paso “consideran que viven en una ciudad en la que se debe andar con mucha cautela debido a un nivel de criminalidad en ascenso y con signos evidentes en torno a las drogas, la prostitución y el tráfico de personas.”

De todas formas, aunque el castrismo trata de ofrecer su visión edulcorada, el escenario auténtico de la sociedad cubana puede aparecer, de pronto, en otras de notas oficiales. Acaba de pasar en un llamamiento de la policía esta semana en la víspera de los carnavales de La Habana.

El mensaje prohíbe “la portación y tenencia de armas de fuego, blancas, objetos punzantes o envases de cristal” y explica que tampoco se permitirá “hacer disparos al aire ni detonaciones de pirotecnia como muestra de júbilo en las áreas festivas.”

En pocas palabras está el reflejo de todo lo que pretenden ocultar. Y el fantasma encapuchado de la violencia.

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