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La última pantomima

La excarcelación de Leopoldo López es una maniobra que me recuerda la vivida en febrero del 2008, cuando un grupo de cuatro prisioneros cubanos fuimos colocados ante la disyuntiva de salir del país o seguir en prisión, en una nación que tiene entre sus récords el de tener a uno de los  prisioneros políticos con más años en las cárceles (me refiero a Armando Sosa Fortuny, que ha pasado 51 de sus 75 años de vida en cárceles cubanas).

Los que se prestaron entonces a aliviar la presión al dictador cubano son los mismos que  ahora socorren a Maduro, esta jugada de ajedrez político indudablemente tiene el sello de las trampas “humanitarias” y la impronta cínica de  La Habana. La conmutación de la pena que cumplía en Ramo Verde el líder venezolano por la prisión domiciliaria, tiene sinonimia al tratamiento que reciben  los prisioneros cubanos del grupo de los 75 que permanecen en Cuba a merced  de la dictadura (a los que les ha sido concedida una “licencia extrapenal” que puede revocarse en el momento en que el régimen lo crea oportuno)  y una extraordinaria sintonía con el proceso vivido por Aung San Suu Kyi.

Es que así son las dictaduras, que no entienden de  geografía y que comparten métodos y manuales;  da lo mismo Corea que  Birmania, Venezuela o  La Habana: es una variación de la misma cepa del virus del soviet cultivado en la URSS y tropicalizado por Cuba para su exportación  a América Latina y a cualquier otro lugar receptivo. Es parte del proceso de internacionalización de la dictadura del proletariado que muchos creían agotado y que ahora sostiene los petrodólares como antes el crudo soviético; proceso para el cual el régimen cubano usa todo su arsenal de artimañas, su extenso inventario de felonías y toda la praxis de más de medio siglo de ingeniería social, no solo por la maldad inherente al totalitarismo comunista sino porque le va en ello la propia supervivencia de una dictadura cuyo fin necesariamente se aproxima.

Hay quienes intentan imponer la idea de que este movimiento táctico se debe a la intervención de algunos mediadores, olvidando no solo que la influencia de estos es prácticamente nula (por lo común los déspotas son quienes encandilan y manipulan a estos que se acercan con ínfulas o con inocencia o con sintonías ideológicas). Pero además esta interpretación desconsidera (intencionadamente) a los verdaderos protagonistas de este cambio de medida, que son los miles de venezolanos en las calles, exigiendo libertad para su patria, gritando las verdades a Maduro, a pesar de los peligros a que se enfrentan.

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