La posición crítica y de rechazo al presidente Nicolás Maduro y su sueño de poder totalitario que muestran todos los días los líderes de algunos de los países democráticos de América Latina es un emblema de la libertad y la soberanía en la región. Y es también emblemático, aunque en otros dominios, que esos dirigentes muestren sin una gota de vergüenza –en caso de que sea líquida– sus credenciales de amigos íntimos, compañeros de viaje y hermanos de lucha de los promotores cubanos del discípulo de Hugo Chávez.
En la medida en que el viejo alumno de la escuela de los sindicatos de Cuba se ha radicalizado, reprime a su pueblo, lo mata de hambre y acaba con la libertad, los destacados demócratas del vecindario le retiran poco a poco sus apoyos, cuidadosamente, y se reúnen en instituciones regionales para que rectifique o cambie. También le escriben cartas, firman documentos y llaman a sus embajadores en Caracas o ponen a los cancilleres a decir palabras de distancias y enfado de amigos.
Se aprecia en esos personajes electos en comicios libres y que gobiernan con la estructura de una democracia una alarma generalizada y una preocupación por el presente y el destino de los venezolanos que llevan 18 años bajo el poder de una pandilla que trata de imponer en su país una copia de la dictadura cubana
Ahora, la verdad es que esos mismos figurones mantienen excelentes relaciones con los jerarcas del castrismo, los reciben en sus palacios presidenciales, se retratan con ellos, lo mismo en La Habana que en Ciudad de México, por ejemplo, para que la progresía internacional y las viudas del comunismo los consideren, al menos por una horas, militantes levemente de izquierdas.
Es digno de elogio y gratitud que esos dirigentes expresan su preocupación por la situación de los venezolanos y por su porvenir como es indignante que, con sus revuelos amorosos, de admiración y luna de miel con los castristas, menosprecien a los cubanos que llevan más de medio siglo en la misma situación que se pretende instalar en Venezuela.
Los mensajes que recibe Maduro, ya sea de un pajarito o de una mariposa, tienen acento cubano y es desde allá donde se ordena lo que debe hacer para mantenerse en el poder.
Los grandes demócratas lo saben bien. Pero saben tanto que regañan al bastardo y se abrazan con sus padres de crianza.