Hay toda una serie de actividades que se le hace difícil a la dictadura encontrar quiénes las ejecuten. Por ejemplo: los maestros; los chóferes de ómnibus públicos (léase guagüeros); el personal de limpieza en hospitales, funerarias y otros centros; y en particular en la capital del país: los agentes del orden interior, en sus distintas especialidades.
El régimen ha dado diferentes soluciones para cada caso en específico, aunque no se puede decir que todas hayan sido efectivas. Como se sabe, hoy, maestro es cualquiera; es por eso que el futuro cada día se vislumbra peor, porque la ética que se aprende en la escuela se ha perdido, ejemplos hay muchos, pero no es en particular la idea central de este trabajo.
Los guagüeros, a los que se les puso “el pie encima” -como se acostumbra a decir en el argot popular- para explicar que los presionaron con los ingresos, dejaron de trabajar en ese importante empleo para toda la población. En menor cantidad, fueron importados de algunas provincias del centro y el oriente del país, sigue siendo una asignatura pendiente de aprobar, porque no se cuenta con el número necesario de chóferes, a pesar de la gran disminución que ha habido en los viajes de ómnibus y que ha sido reconocida de forma oficial por el régimen.
Para remediar el hecho de que las condiciones materiales son pésimas o casi inexistentes –incluyendo el salario- de los que tienen a su cargo higienizar lugares difíciles, como los hospitales, las funerarias y las escuelas, entre otros; llevan a las presas a realizar ese trabajo. Hay que imaginar que no todas tienen las condiciones morales necesarias, para, por ejemplo, tratar con los pacientes en un centro asistencial.
Algo que es tan evidente, como el aire que se respira, son los policías de la región oriental trabajando en La Habana, y es que desde hace mucho tiempo es muy difícil encontrar a un capitalino que quiera ingresar en la Policía Nacional Revolucionaria (PNR). Los chistes que sobre ellos cuenta la población, son muchos, porque solo hay que tener contacto con cualquier “controlador” del orden público, para apreciar su bajo nivel educacional y la forma incorrecta en que hablan. También tienen fama de corruptos.
A inicios del mes de septiembre, el periódico Granma, Órgano Oficial del Partido Comunista de Cuba, publicó un artículo resaltando las maravillas para los jóvenes si se convierten en educadores penales; pero con anterioridad se había hecho una convocatoria para ocupar estos cargos en las diferentes prisiones de la capital, invitando a los interesados a que se presentaran en las oficinas de la Dirección de Establecimientos Penitenciarios, ubicada en 15 y K en el Vedado o en las oficinas de selección en sus provincias de residencia.
Dos mujeres oficiales del Ministerio del Interior, dan sus versiones acerca de cómo desarrollan este trabajo. Una de ellas, de 25 años, abogada, tuvo sus primeras experiencias como jefa de colectivo en un establecimiento penitenciario para féminas. Ella dijo de forma textual: “Y créeme, es más difícil que trabajar con los hombres”. Comparación que puede hacer, porque en estos momentos está destinada al Combinado del Este.
En las dos ocasiones en las que yo he cumplido sanción en el establecimiento penitenciario conocido como “El Manto Negro”, a la oficial que se dedicaba a fomentar la “disciplina” y la “educación” se le llamaba reducadora; y se puede creer que no existía alguna que tuviera vocación de maestra.
Recuerdo, en particular en mi primera prisión, oírlas llegar al destacamento –las cambiaban constantemente- y contestar gritando a las internas que las llamaban, con las malas palabras más grande que cualquiera pueda imaginar. Y no era una, lo que se podía apreciar era todo un estilo de trabajo. Incluso en una ocasión –una de ellas- retó a “fajarse” a una presa de nombre Julia, que estaba recluida por haber asesinado a su padrastro.
La mayoría de las reeducadoras provenían del oriente del país, y vivían en albergues colectivos, donde pasaban mucho trabajo. Las internas les pintaban las uñas, les regalaban cigarros y otros “beneficios” que no son necesarios relatar.
Cuando tuve el infarto del miocardio, en mi segunda prisión me trasladaron al Hospital Militar Carlos J. Finlay y todas mis pertenencias se quedaron en la celda en la que estaba recluida en un régimen de solitario y aislamiento. En numerosas ocasiones le dije al oficial de la Seguridad del Estado que tenía a cargo mi atención, que recogiera las cosas y se las diera a mi familia, cuando lo hizo al cabo de dos meses, faltaban casi todos mis enseres de uso personal: toallas, sábanas, ropa de dormir, etc. De la celda solo tenía llave la reducadora, además el destacamento donde me encontraba, conocido por “La Droga”, porque tenía mujeres de la ofensiva en 2003 contra este flagelo, no les permitía a las reclusas salir de su celda.
Vivencias como la mía personal, hay muchas; por lo que la condición de la que hablan para los que desempeñen el cargo es algo virtual: “Los egresados de cualquiera de esos cursos deben contribuir a garantizar el cumplimiento de la sanción penal impuesta por los tribunales, al orden y disciplina de la población penal, asegurar el régimen penitenciario, los derechos y deberos de los privados de libertad. Deben también brindar un tratamiento educativo para lograr el mejoramiento humano y la reinserción social de estas personas”.
No hay dudas que trabajar con personas que han cometido un crimen es muy difícil, pero para ello hay que tener vocación, no se pueden sacar de la nada oficiales para que se dediquen a esto; porque traerá como resultado las pequeñas experiencias que relato y mucho más. Los presos en Cuba no tienen derechos y mucho menos un tratamiento educativo, porque a la dictadura no le interesa ni siquiera adoctrinarlos, solo los usa cuando los necesita.