Mujeres opositoras en Cuba: una historia de represión política desde 1959 hasta hoy

Prisiones de mujeres en Cuba: foco de enfermedades por condiciones insalubres, hacinamiento y abandono institucional

Las cárceles de mujeres en Cuba son descritas por múltiples testigos como espacios donde “sobrevivir es un acto de resistencia”. Los testimonios recabados por medios independientes y organizaciones defensoras de derechos humanos coinciden en señalar una infraestructura obsoleta, mal mantenida y ajena a estándares mínimos de salubridad.

Las condiciones carcelarias profundamente degradantes propician la aparición y propagación de enfermedades como escabiosis (sarna), pediculosis (piojos) y diversas infecciones vaginales. Las causas estructurales de esta crisis sanitaria incluyen el hacinamiento extremo, la falta de higiene básica, la escasez de productos de cuidado íntimo, y una atención médica deficiente y discriminatoria.

Las celdas sobrepobladas y mal ventiladas en las prisiones de mujeres en Cuba impiden la limpieza adecuada de los espacios comunes, lo que crea un entorno propicio para la proliferación de bacterias, parásitos y hongos. La cercanía física obligada entre reclusas, junto con el uso compartido de camas, sábanas y utensilios personales, facilita la transmisión acelerada de enfermedades cutáneas como la sarna y la pediculosis.

A esto se suma una infraestructura obsoleta y deteriorada, donde muchas mujeres deben dormir en el suelo por falta de camas, o compartir colchones en espacios extremadamente reducidos. En las celdas, el calor es sofocante, no hay acceso a ventilación artificial ni a ropa adecuada, lo que agrava el malestar físico y favorece aún más la propagación de microorganismos que afectan gravemente la salud de las reclusas. El acceso a productos básicos de higiene es intermitente o inexistente.

Algunas reclusas testificaron haber reutilizado productos íntimos, compartir jabón o pasta dental, o prescindir del lavado de manos y ropa, debido a la interrupción prolongada del suministro de agua. En ciertos centros, las duchas están restringidas por racionamiento, lo que impide una higiene mínima y constante.

Además, muchas mujeres no pueden lavar con regularidad su ropa de cama, lo que favorece la persistencia de ácaros, piojos y bacterias. Sábanas, mantas y prendas íntimas son reutilizadas por semanas, sin posibilidad de desinfección ni exposición al sol.

La situación se agrava por la alimentación insuficiente y de baja calidad. Reclusas y familiares denuncian porciones mínimas, comidas repetitivas, pan duro, arroz con piedras y alimentos en descomposición. No existen dietas diferenciadas para mujeres con enfermedades crónicas, postoperatorias o madres lactantes, lo cual compromete su recuperación y salud general.

El acceso a la atención médica especializada es limitado, tardío o nulo. No hay protocolos de prevención ginecológica y, con frecuencia, las mujeres deben esperar semanas o meses para recibir medicamentos antifúngicos o antibióticos. La falta de personal ginecológico y de insumos adecuados agrava cuadros clínicos que podrían resolverse fácilmente en otras condiciones.

Hay reportes de mujeres que desarrollaron infecciones crónicas, hemorragias, absceso, malnutrición, hacinamiento, problemas respiratorios sin recibir ningún tipo de atención, incluso cuando sus vidas corrían peligro, así como abuso físico, psicológico y sexual. Las reclusas no tienen acceso a dietas médicas, incluso durante embarazos o enfermedades crónicas, agravando su estado de salud.

A todo esto, se suma el impacto del estrés crónico, la desnutrición y el deterioro psicológico, factores que debilitan el sistema inmunológico y hacen a las reclusas más vulnerables a enfermedades comunes.

COMPARTE:

Facebook
Twitter
LinkedIn
Pinterest

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.