Mi hermano Luis Manuel Otero Alcántara

A pesar de la llovizna, gente, mucha gente variopinta recorrían como hormigas locas en constante ir y venir los portales columnares de la calle Monte. Por mi reloj eran las diez y media de la mañana.

Pasados unos cinco minutos lo vi bajar de un almendrón, levantó la vista y buscó con afán. Le hice señas con la mano derecha. A pasos apurados cruzó la calzada siguiendo una diagonal.

_¡Qué bolá, el súper tío ¡ _exclamó riendo mientras se aproximaba.

Besos. Abrazos. Era el mismo de siempre.

_¿Cómo estás? _le interrogué preocupado.

_Todo bien, tú sabes… fajao…

Risas. Nos volvimos a abrazar. Esta vez no hubo cervezas ni razones para celebrar como en otras tantas ocasiones en que nos veíamos en nuestro barrio, el mismo que le vio crecer. Necesitaba escuchar su versión sobre lo sucedido más allá de lo circulado en las redes sociales.

Su rostro adquirió una expresión de seriedad. Despacio y sin dejar de mirarme a los ojos me explicó todo lo relacionado con su detención por la policía política el 6 de noviembre a pocos minutos de la anunciada conferencia de prensa para explicar a la ciudadanía los pormenores de la Bienal # 00 de la artes visuales de La Habana, que él organiza junto a Yanelys Núñez como alternativa a la domesticada Bienal oficialista pospuesta por el gobierno. A continuación y con pocas palabras _restándole importancia al hecho_ narró su reclusión durante tres días en estaciones policiales acusado de “receptación” (en este caso de materiales de construcción), figura delictiva de moda contra las cubanas y cubanos que disienten o se oponen al Partido Comunista de Cuba.

_¿Sientes miedo? _inquirí sin dejar de mirarle a los ojos.

El ceño fruncido tradujo la sorpresa. Y hubo más. En fracciones de segundos fui testigo de la transformación más grande que yo había visto en la cara de mi sobrino Luis Manuel. Con el rostro endurecido y los ojos entre cerrados dijo pausado para que no me quedara dudas algunas de lo que quería decir:

_Mi tío, en mí no hay miedo. A mi hay que matarme.

Asentí. Sin dudas hablaba en serio. Aquel ya no era el pupilo adolescente, el sobrino carismático y travieso que compartía sus sueños de ser un atleta con resultados mundialistas y luego un artista que provocaría la envidia o la ira del mismísimo Dios.
A mi lado había un joven que a todas luces había madurado políticamente hasta llegar al total convencimiento de la necesidad histórica de cambiar la realidad socio política de Cuba. Y eso se paga caro, pero en él no había el menor asomo de miedo.

La policía política cubana no sabe que al detener y maltratar psicológicamente a Luis Manuel en su condición de persona y de ciudadano, no hizo más que despertar el león que dormía tras su aparente condición de artista irreverente pero inofensivo. Lo subestiman porque desconocen su naturaleza irredenta.

Lo han subestimando, además, porque hacerlo forma parte de su modus operandi arbitrario para intentar preservar un poder que se resquebraja y porque, ignaros, no reconocen, más allá de los discursos y la retórica historicista de la propaganda política, la enorme capacidad del arte y de los artistas para cambiar la sociedad.

Luis Manuel no es un delincuente. Es un joven cubano para quien ser artista es parte consustancial con su condición de ser humano. Por eso él no pide permiso a las autoridades para cumplir con su obligación social de opinar, polemizar, disentir, apoyar o combatir todo lo reaccionario que frene el progreso social. Así lo entiende él y por eso actúa en consecuencia. Eso no lo hace un antisocial, sino un artista responsable que con su trabajo intenta denunciar y sanar las enfermedades sociales que afecta a Cuba por el accionar irresponsable del gobierno que durante 58 años ha cometido la aberración social de mutilar la sociedad civil y negarse a los cambios sociales demandados por millones de cubanas y cubanos.

Cuba atraviesa por uno de los momentos cruciales de su Historia. Cuando el Régimen cubano reprime toda disensión individual y colectiva, temeroso ante la debacle que se avecina, el “A mi hay que matarme” de Luis Manuel adquiere una connotación de radicalismo político que trasciende su postura artística.

Hace unas horas lo volvieron a detener. Lo esperé a la salida de la estación policial. Esta vez la militar con estrellas de teniente coronela de la policía política pasó por alto el jueguito de “los materiales de construcción” o la “convocatoria a la Bienal # 00” y lo amenazó sin ambages con llevarle a prisión “por contra revolucionario”. O sea, el Régimen cubano, a través de su fuerza represiva, se definió: Luis Manuel es su enemigo e intentará destruirlo sin miramientos.

El Régimen no lo sabe, pero con él la tienen muy difícil porque no cejará en su lucha política por una Cuba diferente. Como es de esperar intentarán, como han hecho con otros tantos que han disentido o adversado, incriminar a Luis Manuel en delitos de tipo económico y moral que no cometerá. Lo advierto, y lo hago solo porque creo conocer bien a mi sobrino, salvo que lo asesinen o lo conviertan en enfermo psiquiátrico, no podrán vencerlo. Impotente, la oficial, sus superiores y toda la policía política cubana le verán acrecer como líder, como héroe o como mártir de la verdadera sociedad civil opositora que propiciará los cambios.

Por mi parte, ya no tengo nada más que enseñarle, solo compartir su destino, que es el mío y el de cientos de miles de compatriotas, y apoyarle incondicionalmente como juramos hacer un día sentados en los escalones de un portal de la calle Monte en una de la más serias y memorables pláticas, bendecidas, como Dios manda, con cristales y bucaneros. Lo que le ocurra a uno, es asunto del otro.

En esta cruenta batalla ya no estaré a su lado como el tío muelero que le inició en lecturas de artes y condujo sus primeros pasos por galerías de artes que cimentaron su estatura artística. No más. Soy y seré su compañero de causa, el hermano de lucha libertaria contra la actual dictadura partidista totalitaria y reaccionaria que conforman el estado y gobierno cubanos.

Sabemos que la lucha por una Cuba democrática es difícil pero el triunfo no está lejos y llegará de la mano de los que hoy son jóvenes, como siempre ha sido y debe ser. Por tanto, apostar por mi hermano
Luis Manuel es hacerlo por el futuro de la Patria. Yo lo haré por él, mis hijos y la memoria de mis muertos entre los que están, por supuesto, mis compañeros, hermanas y hermanos que han luchado
y caído luchando contra el Régimen. No hay nada más sagrado que eso.

La Habana, 22 de noviembre de 2017

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