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La silenciosa batalla por la libertad

Entre las figuras llamadas a desempeñar un papel trascendental en el proceso de cambios que llevará a Cuba la libertad y la democracia hay un sector de la sociedad que no aparece nunca en las primeras planas de los medios de comunicación, ni está en la selecta lista de prioridades de los expertos y los cubanólogos.

Hablo de las personas de a pie, bicicleta china y jaba de nylon, de los hombres y mujeres sencillos de la calle, las guardarrayas, la ciudad y los bateyes que padecen el rigor de la dictadura en toda su plenitud y las 24 horas del día como se sufre un dolor o una epidemia.

Ellos, los que aparecen sin etiquetas o pie de grabado en las fotos y en los videos pasan anónimos y concentrados junto a los autos refrigerados de los turistas y de los dirigentes. Los cubanos de Caracusey, Nuevitas, Bolondrón, Cunagua, Consolación y Bueycito, por ejemplo, que ni siquiera perciben que los retratan como parte del paisaje de un país arruinado en el que el porvenir suena como una palabra sin remisiones o mensajes.

Esos hombres y mujeres, que nadie sabe a ciencia cierta quienes son ni de dónde vienen, tienen asignado un rol muy importante para darle contenido a ese porvenir. No pertenecen a ningún grupo de la oposición pacífica o de los periodistas y artistas libres, simplemente viven como pueden en los sectores marginados, sin libertades, empalagados por la escasez, la miseria y los discursos demagógicos y arcaicos que dominan desde hace más de medio siglo los panfletos del castrismo.

Son gente que sueña con ser protagonista nada más que de su vida privada y que, ya sea por miedo o por la batalla diaria por cumplir con los manteles de su mesa y la de su familia, no suele enfrascarse públicamente en temas políticos o sociales porque su experiencia es una lección silenciosa y abundante de la realidad en la que vive.

Se trata de los cubanos que en las carpetas de los jefes de la dictadura son una mancha irregular, oscura. Y que no tienen espacios, son páginas en blanco, en los planes de los ambiciosos que quieren hacer inversiones en la Isla y suelen cantar La Guantanamera en todos los idiomas para congraciarse con los arquitectos de los escombros que pretenden remendar para hacer dinero.

Cuando llegue el día, esos ciudadanos sin nombre serán un factor fundamental y cumplirán, siempre desde el anonimato, con su función. Y seguirán sin renombre ni fama, pero libres.

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