Comparece usted hoy aquí, y quiero subrayarlo, a petición de la Comisión, es decir, de los grupos parlamentarios y de modo muy singular del nuestro, de Cs, y no a petición propia. Fue nombrado usted ministro, si no recuerdo mal, el 4 de noviembre del pasado año y hoy se cumplen exactamente diez meses desde su llegada al cargo.
Diez meses en los que apenas sí hemos podido verle en esta Comisión, salvo —creo— para la tradicional presentación de los objetivos de su Departamento, como les ha ocurrido a todos sus compañeros del Gobierno; o en ocasión de los presupuestos para este año 2017, igualmente que el resto del gabinete; o su comparecencia puntual sobre el Brexit en marzo de este año.
Se advierte, por lo tanto, Sr. Ministro una muy escasa actitud de cercanía, diría yo, incluso, que una cierta vocación de distancia de SS con el Parlamento. Una actitud que no se atiene con un régimen de democracia parlamentaria como es el español y menos aún cuando se forma parte de un Gobierno que no dispone del apoyo de la mayoría absoluta del Parlamento.
Una actitud que convendría que revisara SS y que en todo caso ya le anuncio que mi grupo va a intentar que se modifique, presentando con carácter trimestral una petición de comparecencia de SS en esta Comisión. Aunque le recomendaría, y lo hago ahora todo lo amablemente que pueda, que se anticipe usted a esta petición.
En cualquier caso, diez son meses suficientes para hacer balance de lo acometido por su Departamento, un balance en el que nuestro grupo no ha podido advertir apenas nada, ni frío ni caliente, una gestión en la que quizás por aquello que la diplomacia se practica a veces de modo prudente y sin estridencias, todas o casi todas las gestiones emprendidas se realizan por debajo del radar, de modo que la luz y los taquígrafos de los Parlamentos no tengan noticia de lo que acontece.
¿O es que, por el contrario, lo que hay es que no hay nada?
Se gestione o no, lo que hacemos aquí es política, Sr. Ministro. Y la política no es algo que haya que intuir, descifrar o resolver como un enredo, un crucigrama o un enigma… Algo así como preguntarnos, ¿qué piensa el Gobierno?, ¿qué hace el Gobierno?, ¿qué ha previsto hacer si se presentan determinadas circunstancias que están más que previstas?
Y le pongo dos ejemplos.
Venezuela. El deterioro evidente de un país en el ámbito político y humanitario, tan evidente el deterioro que apenas nadie se podía llamar a engaño respecto de la evolución previsible de los acontecimientos. ¿Qué han hecho ustedes? ¿Qué piensan hacer? ¿Cuándo va la UE a imponer sanciones a los responsables de la dictadura, y digo dictadura, porque en eso se ha transformado Venezuela, o siguen abonados a la mediación del expresidente Zapatero que, permítame que se lo diga, Sr. Ministro, es algo así como mirar para otro lado? ¿Considera el Gobierno replicable a escala Europea la prohibición norteamericana de comprar deuda venezolana y de su petrolera? En definitiva, ¿tenemos una estrategia o vamos a remolque de otros? O peor que eso, ¿nada de nada?
Por cierto, apoyo total a Lilian Tintori y su derecho a viajar fuera de su país para recabar apoyos y narrarnos sus experiencias.
Segundo ejemplo, Guinea Ecuatorial. En las últimas semanas se ha especulado sobre un eventual estado terminal en la salud del dictador durante 37 años de ese país. Es cierto que en repetidas ocasiones se ha producido el mismo rumor respecto de la salud de Obiang Nguema. En cualquier caso, ¿tiene España un plan para apoyar un proceso de transición democrática en ese país? ¿Lo ha coordinado con otras cancillerías? ¿O no tiene nada que presentar?
Los diez primeros meses de gestión en su ministerio se han caracterizado por la pasividad y la falta de un enfoque estratégico para mejorar la defensa de los intereses de los españoles en el mundo. Esta inactividad se refleja tanto en la vertiente política como en la institucional. No hay iniciativas que hayan impulsado nuevas políticas europeas en sectores clave para España como el medioambiente, el empleo, el consumo o la ciudadanía europea y un proyecto ambicioso para el futuro de Europa. Ni siquiera con el fin de iniciar el debate necesario para crearlas. La crisis de Libia y su impacto migratorio tampoco ha merecido el interés de su ministerio a pesar de su efecto en una región estratégica para nuestros intereses. Un ejemplo de ello es la falta de propuestas concretas en la reciente cumbre de París del llamado G-4. En el aspecto institucional no hay ningún indicio de voluntad de acometer la necesaria reforma de la AECID, el Cervantes o los servicios consulares con el fin de promover la transparencia, la eficiencia y la eficacia, y acabar con el amiguismo y el despilfarro. Seguimos todavía sin nuevo plan director de la cooperación española, una herramienta imprescindible. En una escena internacional cada vez más compleja y con desafíos más peligrosos para la seguridad y el bienestar de los españoles, esta inactividad es si cabe más grave. Necesitamos liderazgo y propuestas, necesitamos una visión que genere entusiasmo y consenso.
Y es que en el plano Europeo, con excepción de lo que se refiere al importante capítulo del Brexit, respecto del que nuestro grupo se encuentra suficientemente informado, podríamos situar muy poco en el activo del gobierno: ¿cumpliremos nuestros compromisos en materia de refugiados? Desde luego no parece que lo haremos en reubicación. Quizás pudiéramos hacer un esfuerzo suplementario en reasentamiento, como se lo pedimos al Secretario de Estado… pero éste no quiso considerar esa idea.
Con demasiada frecuencia hemos oído hablar (matizo, no a usted, porque a usted le oímos hablar bastante poco), pero sí que se ha expresado que la política exterior española es la que corresponde a un país de tamaño medio, con lo cual se diría que nos resignáramos a considerarnos poco menos que irrelevantes en el escenario internacional. No hay ambición de país.
Y no debería ser así. España cuenta con una situación geopolítica privilegiada y una historia y un potencial cultural aún por explotar.
Estamos situados en el vértice en el que coinciden la Unión Europea (recordemos el lema orteguiano, «España es el problema, Europa es la solución») y nuestra vecindad sur, el Magreb, un escenario de retos y oportunidades.
Una vecindad sur en la que, por cierto, sin dejar de atender a nuestro socio estratégico que es Marruecos, deberíamos reequilibrar nuestras relaciones en la región, prestando una mayor atención a Argelia (nuestro principal proveedor de gas), y actuando de manera más activa en la solución del contencioso del Sáhara. Por cierto, ¿tenemos algún plan para todo esto? ¿Vamos a remolque o nada de nada?
Y contamos también con lo que para nosotros debería constituir el principal activo e instrumento de nuestra política exterior, el español, y que sin embargo guardamos en el arcón de los objetos poco menos que olvidados. Un idioma hablado por más de 550 millones de personas y que se está extendiendo sin apenas ayudas institucionales en lugares como EEUU.
No tendría porqué este portavoz expresarle una alternativa a la política exterior española, aunque de alguna manera ya se la estoy contando; pero sí puedo ofrecerle alguna idea que creo importante: ¿No podríamos trabajar el español con otros países que se comunican en el mismo idioma para ampliar su conocimiento en otros ámbitos, incluyendo de modo singular en los que se haya perdido? Recordemos que con el idioma va la cultura, pero también la economía y un modo de vivir y entender las cosas. Un modo, ¿por qué no decirlo, español, iberoamericano? ¿Algún plan, Sr. Ministro? ¿O nada tampoco?
Va usted a Cuba mañana mismo. Cuba, casi 60 años de dictadura. Un país en el que no se ha producido ningún avance en el plano del respeto a los DDHH y sí algún retroceso en lo que se refiere a la apertura económica. ¿Va usted a entrevistarse con la disidencia, (por lo que informa la prensa sí que se va a reunir con empresarios)? Por cierto, Cuba es aliado principal y Consejero estratégico de primer orden de la dictadura de Maduro. ¿No cree que es una ingenuidad pretender que Cuba influya en que Venezuela recupere su democracia perdida?
Llegaremos previsiblemente a formar parte del Consejo de DDHH de la ONU. ¿En qué va a afectar esa situación a nuestra defensa de los DDHH en el mundo? ¿Hay alguna idea concreta o ya veremos? Por cierto también, sabe usted que Cuba estuvo en ese Consejo y eso no le supuso precisamente mejorar en ese ámbito.
Sr. Ministro no hay planes, no hay estrategias… lo que pone de relieve algo que es bastante peor, que no existe ambición de pais; aún más, que no han comprendido ustedes lo que España es y podría protagonizar en el siglo XXI en un mundo en cambio, hoy más que nunca necesitado de referencias. Pero es evidente, ¿cómo vamos a proyectar ambición exterior (que eso sí que es Marca España) cuando no la tenemos en el interior? De manera inevitable la acción exterior supone una proyección de la interna. Y si no hay un proyecto ambicioso para España no lo habrá tampoco en el ámbito internacional. Busquen esa ambición, pero ya se lo digo de antemano, no la encontrarán en este Gobierno.
Dicho todo lo cual, y con la excepción de los Asuntos de Estado, donde la seguridad o los intereses de España se encuentren en peligro o simplemente cuestionados, en los que siempre podrá contar con nuestro grupo, la distancia entre su gestión y nuestra consideración de lo que deba producirse, Sr. Ministro, no es sólo cuantitativa, de hacer más, que también: sino que es cualitativa, porque significa nada menos que hacer política, poner la política, con letras mayúsculas, al servicio de la proyección exterior, de la accion exterior española. La buena política, no el vuelo raso, la carencia de ambición y la absoluta ausencia de planes.
Nuestro grupo, Sr. Ministro es de la opinión que la política internacional es una cuestión de Estado, de imprescindible acuerdo. Pero es que la acción exterior española carece de una referencia previa, la política, y sin ese material nada se podrá concluir.
Cuenta usted con los apoyos parlamentarios que tiene, Sr. Ministro. Usted sabrá si le son suficientes.