Explotados y explotadores

Uno de los ritornelos más repetidos que debemos al marxismo es la creencia enfermiza en que quien trabaja para otro es explotado como quien contrata es, en consecuencia, explotador. Esta obsesión, no obstante ser tan ostensiblemente falsa, conserva una extraordinaria persistencia y permea la mentalidad común como ninguna otra.

Marx hizo un enorme esfuerzo teórico para darle una fundamentación “científica” a un prejuicio rancio, porque de siempre se cree que la riqueza de unos, siempre pocos, proviene del empobrecimiento de otros, siempre muchos.

La cuestión es que nadie explica cómo es esto posible, cómo es que funcionan esos vasos comunicantes que trasiegan la riqueza de los muchos empobrecidos a los pocos enriquecidos, sin entrar todavía a considerar cómo es que aquellos, siendo tantos pero no tontos, permiten que estos pocos los esquilmen flagrantemente.

Marx se propone dar esta explicación, sin que haya ninguna malicia ni trampa de por medio, con el simple funcionamiento de la economía, partiendo de la teoría del valor trabajo para culminar en la plusvalía, el excedente de trabajo que se apropia el capitalista sin remunerarlo al trabajador.

Sería demasiado arduo desgranar todo el complejo mecanismo que desarrolla en su intento de dar esta prometida explicación a un asunto aparentemente tan simple pero fundamental, lo que equivaldría a hacer la radiografía del sistema capitalista, no obstante, hay algunas observaciones que son inevitables.

La teoría de la explotación fue refutada aún en vida del autor, incluso hay evidencias de que se sintió insatisfecho por la acogida del primer tomo de El Capital, al punto de que fue el único que publicó, a pesar de contar con tiempo suficiente para completar los tres tomos hoy conocidos, que fueron obra de sus sucesores.

Es fama que le envió un ejemplar a Charles Darwin para recoger sus impresiones, pero éste respondió sin haberlo leído disculpándose por no tener el menor conocimiento de economía política; así que no es cierto que este Carlos descubriera las leyes del desarrollo de la historia humana como el primero las leyes del desarrollo de la naturaleza orgánica, como proclamó Engels en su discurso funerario.

Los que sí tenían conocimiento de economía política refutaron la teoría del valor trabajo cuyo compendio resumió, por ejemplo, Eugen von Böhm-Bawerk de manera concluyente; sin embargo esta teoría conserva cierta persistencia en el discurso político, aunque ya ningún economista serio la defienda.

Su punto de partida es la evaluación de las mercancías que son producto del trabajo para concluir que su único común denominador, prescindiendo del valor de uso y demás rasgos, es el trabajo necesario para producirlas, o sea, que pone en el pumpá sólo productos del trabajo y luego descubre, con cierta sorpresa, que todos son productos del trabajo.

Con habilidad de prestidigitador pasa de la consideración de la cantidad de trabajo al tiempo de trabajo; pero como no se le escapa que ningún trabajador es igual a otro concluye en una proporción del trabajo medio socialmente necesario para producirlas, es decir, una fantasmagoría, el trabajo abstracto.

Los economistas hacen caer esta teoría por su base demostrando que sólo considera bienes que calzan con sus propósitos previos, sin considerar otros de la naturaleza, que valen por su rareza, hallazgos, tesoros, vetas minerales, valores subjetivos, sentimentales, intangibles, basados en la demanda, necesidad apremiante, calidad, distancia, tiempo, el añejamiento que da valor al whisky, variación de valor de idénticas mercancías según la temporada, la oportunidad, escasez, en fin, factores tan variables como los apetitos humanos.

Subestima el trabajo de empresarios, inventores, gerentes, profesionales, administradores, oficinistas en general y sólo considera como fuente de valor el trabajo de los obreros que, aun en el contexto de su teoría, serían los que menos añadirían valor al producto final. No explica el valor extraordinario del trabajo de artistas, opiniones autorizadas, patentes, firmas, marcas, apreciadas estrictamente por su prestigio.

No hay que limitarse al trabajo humano porque la naturaleza también trabaja para el hombre, como el viento y el agua mueven el molino, antaño las bestias de carga hoy las máquinas trabajan igualmente, añaden valor pero no puede imputárseles ninguna plusvalía, ni tienen que ver con tiempo de trabajo no remunerado y producen la mayor parte de los beneficios.

¿Y cómo explica su miseria, en particular? Se define a sí mismo “tan pobre como una rata de iglesia”; pero él no estaba siendo explotado por nadie, de manera que su pobreza no era consecuencia de la opulencia de otro. Ni explica la pobreza en general, sólo aquella que se deriva de ciertas relaciones de producción; pero en la selva amazónica y la cordillera andina abundan poblaciones pobrísimas sin que hayan sido tocadas por el capitalismo.

Los intelectuales latinoamericanos repiten con toda naturalidad que los aborígenes y los esclavos traídos de África fueron explotados por los colonizadores, como si los seres humanos fueran minas o pozos de petróleo, eso explicaría su miseria de entonces e incluso la actual; pero la verdad es que fueron pobres desde siempre, porque la pobreza es natural, no hay que producirla, lo que hay que producir es la riqueza, que requiere esfuerzo, ahorro, conocimiento.

Así que la conexión entre la riqueza de unos y la pobreza de otros es artificial y arbitraria. Una o varias personas pobres que trabajen para otra no pueden darle lo que no tienen, puesto que no poseen riquezas no son despojados de nada, como pretenden los comunistas, que parecen partir de un mundo ilusorio donde todos eran igualmente ricos hasta que llegan unos pocos y despojan a los demás de lo que les correspondería por no se sabe qué derecho.

La verdad es que todos se benefician del trabajo propio y colectivo, puesto que reciben alguna remuneración, aprenden artes y oficios, adquieren disciplina y una cultura que de otra manera no obtendrían. Es evidente que los trabajadores que tienen empleo mejoran su situación y la de sus familias, por este motivo el desempleo representa para ellos la expectativa más amenazante, no la “explotación”.

Si la teoría de la explotación todavía sobrevive en el lenguaje común es por su utilización en el discurso político, porque conserva cierta eficacia emocional, pero no porque alguien crea sinceramente en ella. De hecho, es perfectamente contradictoria con la política de la socialdemocracia que ofrece “pleno empleo” como oferta electoral y principal política pública de atención a sus gremios y sindicatos. Si realmente creyeran en esta teoría podrían traducirla como política de “plena explotación”.

Los comunistas en Venezuela decretaron la inamovilidad laboral absoluta por debajo de ciertos niveles salariales, lo que equivale a decir que prohíbe a los capitalistas emancipar a sus trabajadores y les obligan a explotarlos, aunque no quieran.

La teoría de la explotación es una deplorable impostura que hoy sólo sirve como coartada para la demagogia.

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