Los episodios a los que asistimos en estos últimos años, con luces y taquígrafos, son una entrega por capítulos del desmontaje de la institucionalidad democrática de Venezuela, es el ejercicio grosero y la escenificación vergonzosa de la violación impune de las libertades individuales y la democracia. Sin que sus referentes universales hayan ido más allá de algunas tímidas declaraciones de intención, siempre a última deshora y obligados por el clamor cuya ignorancia les dejaría demasiado en evidencia; igualmente, las declaraciones o incluso las penalizaciones pecuniarias estoy seguro de que en nada afectan la progresión de la arbitrariedad.
No sé si es por haber sido testigo presencial, siento que puedo asegurar que la desidia es el mejor regalo que puede hacerse a los déspotas, es en la timidez y la apatía de los demócratas del mundo donde encuentra el crimen su sustento; el silencio del cobarde es tan reprochable como el sonido del disparo del verdugo. El silencio es un crimen mayor cuando observamos cómo con absoluta impunidad y desvergüenza se cercenan los instrumentos democráticos. ¿Acaso estamos en octubre de 1917, o en enero de 1959? ¿Acaso no se reconocen los métodos de la toma totalitaria del poder? ¿Acaso los que dicen defender la libertad, el estado de derecho, no han aprendido nada de estas “revoluciones” a las que alabaron y miraron arrobados incluso cuando ya era evidente el crimen y millones las víctimas, víctimas que profanaron la inocencia colectiva y que hoy parecen olvidadas? Me asusta pensar que la humanidad llegue a tal grado de displicencia, como me asustan los demócratas y sus prioridades pueriles o los políticos y sus ingentes intereses.
Hoy está sucediendo nuevamente en Venezuela, donde el ejército que debería ser el garante de la institucionalidad es quien controlado por la inteligencia cubana asiste al déspota y nos callamos porque hay miles de kilómetros de distancia entre Caracas y Madrid; y las voces que se escuchan hablan precisamente para defender o justificar (de una manera implícita) a los perpetradores; nos parece que Venezuela queda lejos, que hay una barrera infranqueable que impedirá que nos alcance la desgracia. No nos damos cuenta de que el problema no está solo en La Habana o en Caracas, en Ankara o Atenas; está aquí, en la Carrera de San Jerónimo y los ayuntamientos de Madrid y en Barcelona y en las comunidades autónomas, y hasta en los Estados Unidos. La idea de que estamos a salvo es más peligrosa por lo ingenua. La victoria de Maduro en Caracas es una amenaza a la democracia en el mundo y sobre todo en Europa en tanto y en cuanto ha sido y será el soporte económico y logístico que permitirá continuar la exportación del modelo cubano, o de sus variantes, que tiene defensores reconocidos en España y en todo el continente europeo.
No sé por qué extraña razón este momento que vivimos me lleva a aquel magnífico poema de Martin Niemoller: “Ellos vinieron”. Y del cual me permito esta paráfrasis.
Primero vinieron a buscar a los ricos y no dije nada porque yo no era rico.
Luego vinieron por los empresarios y no dije nada porque yo no era empresario.
Luego vinieron por los propietarios y no dije nada porque yo no era propietario.
Luego vinieron por los sindicalistas y yo no dije nada porque yo no era sindicalista
Luego vinieron por los católicos y no dije nada porque yo era protestante.
Luego vinieron por mí, pero, para entonces, ya no quedaba nadie que dijera nada.
Hagamos algo si es que aún hay tiempo y lo estaremos haciendo, no solo por Venezuela, que es merecedora en sí misma de todo nuestro apoyo, sino por la democracia, que es el estado natural del ser humano.