El desastre de la ganadería revolucionaria

Entre el aluvión de noticias de estos días, pasó casi inadvertida una del pasado jueves 12 de julio de 2018, se trata del arribo a La Habana de una delegación mexicana de la Asociación Nacional de Criadores de Cebú y de la Secretaría de Agricultura, Ganadería, Desarrollo Rural, Pesca y Alimentación (Sagarpa) a fin de concretar la compra de nueve mil hembras de ganado cebú. Se aclara que serán embarcadas para Cuba en grupos de tres mil durante un período de tres años y provienen de los estados de Tamaulipas, Tabasco, Chiapas, Guerrero y Yucatán.

Lo que pudiera ser una normal transacción comercial entre dos países, en el caso de Cuba revela el desastre de la ganadería cubana revolucionaria. Antes de 1959, la ganadería era la segunda actividad productiva de Cuba, detrás de la producción de azúcar de caña. Las estadísticas revelan, según Truslow (1951) que existían en Cuba 4.2 millones de cabezas de ganado en 1945 y diversos autores realizan un estimado de 5 millones de cabezas de vacuno en 1959 lo que representaba casi un vacuno por persona.  Prevalecía la producción de carne y el ganado existente se correspondía fundamentalmente con el criollo y el cebú, así como la mezcla de ambas razas. También existía el cruce de Shorthorn con criollo y Cebú.  Para la producción lechera se prefería el cruce de Brown Swiss con Cebú o el cruce de Holstein con Cebú. En fin la raza Cebú era la reina de los campos de Cuba.

Con el triunfo de la revolución cubana, el profeta comandante prometió una apoteosis lechera en los campos y ordenó la importación de 35 000 novillas Holstein de Canadá a fin de conseguir un ganado genéticamente favorable a la producción lechera y dispuso la mejora genética del ganado cubano, así años después la masa ganadera estaba compuesta por la Holstein tropical, Siboney de Cuba, Mambí, Santa Gertrudis y otros cruces genéticos con nombres de letras. Se obtuvo la vaca recordista Ubre Blanca y parecía que el dictador tropical había tenido razón en sus visiones lácteas, pero no hay nada como el paso del tiempo y finalmente llegamos al 2018 con un cálculo optimista de existencia de alrededor de 4 millones de cabezas de ganado, aunque cálculos más realistas acercan la cifra a los 3 millones y medios de vacunos con  una población de 11 millones de habitantes, es decir menos de una vaca por dos habitantes.  Sin embargo el desastre genético en la ganadería cubana no era tan palpable hasta la publicación de la noticia que encabeza este texto. Sencillamente la ganadería cubana sin el Cebú no es ganadería. Es la única raza apropiada para las condiciones de Cuba. Resistente a las garrapatas, a la falta de agua y come prácticamente de todo, hasta marabú, aportando notables rendimientos de carne.

Este resultado desastroso es producto de la economía socialista en la esfera agropecuaria y las desastrosas políticas genéticas voluntaristas del dictador Castro I. Las expropiaciones forzosas de las leyes de reforma agraria, junto a la colectivización forzosa de los campesinos en cooperativas agropecuarias en sus distintas modalidades, Cooperativas de Créditos y Servicios CCS, Cooperativas de Producción Agropecuaria CPA y Unidades Básicas de Producción Cooperativa UBPC, trajeron como resultado que los campesinos sean simples tenedores del ganado vacuno, no teniendo ninguna disponibilidad sobre el mismo para sacrificarlo o venderlo libremente, debiendo estos cumplimentar estrictos planes centralizados para acopiar al único mercado estatal. En pocas palabras no existe para el campesino, incentivo alguno para desarrollar la producción agropecuaria, porque el estado se apropia de las ganancias que produce esta esfera, al comprar a precios monopólicos sin la libre concurrencia del mercado. Mucho menos existe incentivo para la mejora genética del ganado, donde la realidad de la monta natural supera los ambiciosos planes de reproducción con inseminación artificial. Incluso el peor escenario se está haciendo una dramática realidad. Los campos y potreros de Cuba se están vaciando por falta de trabajadores. Nadie en su sano juicio quiere ser obrero agrícola del estado y las tierras ociosas duermen su lánguido sueño cubiertas del espinoso arbusto marabú, ante la falta de solicitantes del usufructo de tierras. Se necesitan radicales reformas para reactivar la deprimida esfera agropecuaria. Mientras esperemos otro fracaso con  las vacas Cebú mexicanas.

COMPARTE:

Facebook
Twitter
LinkedIn
Pinterest