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Desde la cólera más antigua

Venezuela, libertad bajo palabra

El discurso populista del chavismo, traducido del ruso al español con todas las eses del acento cubano, no pudo nunca conquistar a los intelectuales y artistas de Venezuela. Con Nicolás Maduro, un creativo devastador de la lengua, la distancia se definió mejor. El episodio que retrata la indigencia de esa relación es la historia del escritor Luis Alberto Crespo, embajador de su país ante la Unesco, que anunció con bombo y corneta china, en el verano de 2012, que Hugo Chávez era “el gran poeta de Venezuela”.

En los 18 años de socialismo del siglo XXI han aparecido otros dos o tres autores conocidos que se han afiliado a la política oficialista y a su trabajoso proceso para instalar el totalitarismo, pero la inmensa mayoría de la intelectualidad y del sector artístico de Venezuela se ha enfrentado directamente al chavismo, ha asumido una posición crítica o el menos peligroso desafío del silencio.

Ahora, en medio de la gravedad de la situación venezolana, cerca de 300 ciudadanos vinculados al universo de la palabra han firmado un documento en el que expresan que se viven los días más difíciles de la República porque una dictadura pretende acabar con ella y avanza inexorable hacia ese terrible final.

Durante años, dicen los intelectuales, miles de venezolanos han permanecido fieles a los valores de la República y de la Democracia. “Nosotros”, añaden, “gente del libro, hemos estado en las primeras líneas de esa defensa. No consideramos otro camino, pues nuestras herramientas se encuentran presentes en la palabra, ligada siempre a la libertad”

Somos gente de la palabra y es por ello que nos resulta un deber fundamental la defensa del idioma y del sentido real de la palabra, tan mancillados por neolenguas y eufemismos impartidos desde el poder como parte de su sistema de subyugación, dice la pieza y agrega que “reconocemos el maravilloso legado de la lengua española, y desde el lugar central que debe ocupar en la vida de los hombres y mujeres que componen esta República, llamamos a rescatar la educación, el conocimiento y el estrecho vínculo con la libertad natural que define la vida de todo habitante de esta tierra”.

El texto llama a rescatar la República de un Estado represivo y corrupto representado por el régimen de Nicolás Maduro y exige ponerle fin a la represión, a los asesinatos, a la persecución y al encarcelamiento de inocentes.

“Desde la cólera más antigua de la lengua», finaliza el documento, «pero también desde la serenidad de su historia y del legado civil de nuestro país, convocamos a todos los venezolanos de bien a levantarse y anunciar los tiempos nuevos de la vieja libertad, aquella que nunca nos ha abandonado y que vive en el corazón de todos los hombres con ardor siempre limpio”.

La declaración se ha publicado bajo el título de Libertad bajo palabra y está firmado por 278 autores. Rafael Cadenas, Ana Teresa Torres, Armando Rojas Guardia, Victoria De Stefano, Gustavo Guerrero, Diómedes Cordero y Luis Perozo Cervantes figuran entre los escritores que la suscribieron.

Las cosas que amaba Lichi Diego

El poeta que es el cubano Eliseo Alberto de Diego (Arroyo Naranjo, 1951-Ciudad de México, 2011) está casi en el olvido porque sus novelas y sus libros de testimonio -y otros asuntos que tienen que ver con el amor-dejaron sus versos como un pecadillo de adolescente que entendió luego que el poder de su talento era una materia exclusiva de la prosa.

En el volátil universo literario se le recuerda mucho y se le recuerda siempre, tal y como él anunciara una vez, por las páginas estremecedoras de su Informe contra mí mismo y, desde luego, por Caracol Beach, que ganó, en 1998, el Premio Internacional Alfaguara de Novela.

Se pasa de refilón sobre esos títulos, se queda bien con su memoria y con la literatura cubana y el origen de todo, sus tres libros de poemas que garabateó enamorado y lleno de asombro, no aparecen en escena porque son piezas viejas, del siglo pasado, que no se han reeditado porque en México no se publicaron nunca y porque en Cuba a Eliseo Alberto lo borraron de los archivos oficiales de la cultura.

Ahí están de todas formas Importará el trueno, Las cosas que yo amo y Un instante en cada cosa, presos en aquella década de los años setenta en la que el escritor descubrió la música, la hondura de las palabras y el rumor de la poesía que fueron como dos timbres mágicos para todo lo que escribió en su vida, desde su narrativa hasta las cartas de amor y los mensajes urgentes a los amigos.

A mí me gusta recordarlo como era en esa época, entre otras cosas, porque todavía podía tocar la felicidad en el patio de su casa, en ciertas esquinas de La Habana y, además, no había sufrido nada de lo que tendría que sufrir para escribir sus testimonios y las historias de sus novelas.

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