Debravo: canciones de amor y pan

El poeta, ensayista, historiador y profesor Rafael Arráiz Lucca (Caracas, 1959) ha escrito de todo. Tiene publicados 11 libros de versos, otros tantos de ensayos, una veintena sobre la historia, la cultura y el empresariado de su país y cuatro piezas sobre la literatura para niños. Faltan en este repaso sus seis libros de entrevistas, la compilación de los guiones que ha preparado para el cine y la televisión, sus crónicas de viaje, sus trabajos sobre artes visuales y sus biografías.

Para el intelectual caraqueño no hay caminos cerrados, pero en medio del laberinto político que vive ahora su país y con su renombre de historiador, nadie le viene a preguntar en estos días por su poesía. Los periodistas llegan a él para interesarse por la actualidad, por el destino de la patria, por la posible solución del conflicto que el chavismo y Nicolás han instalado en el país.

El escritor dice lo que piensa y, a veces, hace un aporte lúcido y fino como para dejar su firma en la banda sonora de su opinión. Creo que, para sus compatriotas y para las personas interesadas en el presente y en el porvenir de Venezuela, es fundamental el criterio de un hombre que ha estudiado con pasión la historia de su país y ha demostrado que lo conoce como pocos.

No quiero caer en la tentación de compartir con los lectores de EL MUNDO la visión de la situación venezolana de Arráiz Lucca. Desde el primer momento me propuse salvar por un momento del olvido al poeta de libros como Balizaje, Almacén, Batalla, Plexo solar y Un bonzo sobre las nieves.

Aquí dejo la opinión del conocido crítico Joaquín Marta Sosa. Él está convencido de que la poesía de Arráiz Lucca «representa acaso la voz más completa y plural de su generación y la que más ha arriesgado en la evolución de su poética».

VIERNES
Poemas terrenales

La leyenda del poeta más importante, influyente y controvertido de la literatura de Costa Rica cuenta que el hombre aprendió a escribir con unos trozos de madera rústica en las hojas de las matas de plátanos que rodeaban su casa pobrísima en el medio del campo. Se dice también que con el dinero que ganó de niño como jornalero compró su primer libro: un diccionario. Y que asistió a una escuela cuando ya tenía 14 años. Hablo de Jorge Debravo(Turrialba, 1938- San José, 1967).
El intelectual centroamericano, por el poder de su obra y su ferviente labor como promotor de la poesía mediante talleres literarios, no necesita edulcorar o dramatizar su biografía para brillar como uno de los escritores más trascendentes del sigo XX en su país. Le bastaron para ello 29 años porque en el verano de 1967 se mató en un accidente automovilístico.

Mientras trabajaba como burócrata en una casa de seguros, el escritor estudió periodismo por correspondencia y no se apartó de la lectura de quienes consideraba sus maestros fundamentales como Pablo Neruda, César Vallejo, Amado Nervo y Miguel Hernández.

Debravo publicó en vida siete libros y dejó inéditos otros 12 cuadernos de poesía. Entre los títulos que han marcado la poesía de su país y de la región aparecen Milagro abierto, Vórtice, Consejo para Cristo al comenzar el año, Devocionario del amor sexual, Poemas terrenales, Digo, Nosotros los hombres, Tierra nuestra, Canciones de amor y pan, Los despiertos y Guerrilleros.
Los críticos suelen hablar de la transparencia de sus versos, de la renovación que llevaron al escenario de la literatura costarricense y de la enorme popularidad del poeta que ha llegado con la misma fuerza a las nuevas generaciones de escritores y de lectores. Aunque, desde luego, no faltan voces críticas agudas y tenaces, Debravo –también por eso mismo– se ha convertido en un mito en la poesía de su país y en una figura imprescindible en el panorama de la cultura de Hispanoamérica.

Su compatriota Marianela Camacho Alfaro escribe de la pertinencia y la vigencia de la obra del poeta de Tierra nuestra y resalta su creatividad, su fe en los valores humanos y en el poder de su lenguaje, que es sencillo pero no ordinario. Y asegura que Debravo «se ha convertido en una figura casi mítica y en referente indiscutible de la literatura costarricense, ya sea por los valores estilísticos de sus versos, por la facultad universal de su lenguaje, por la accesibilidad a todo el público de sus temáticas, por la trágica y abrupta muerte sufrida por el autor o por la amplia difusión que ha experimentado su obra en nuestro, de por sí, pequeño, pero entusiasta medio cultural».

Estos versos son del poema Nosotros los hombres: «Traigo sueños, tristezas, alegría, mansedumbres,/ democracias quebradas como cántaros/ religiones mohosas hasta el alma,/ rebeliones en germen echando lenguas de humo,/ árboles que no tienen/ suficientes resinas amorosas./ Estamos sin amor, hermano mío,/ y esto es como estar ciegos en mitad de la tierra».

 

Tomado de www.elmundo.es

Foto: Federico Prieto / Revista de Letras

 

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