El próximo 25 de noviembre se cumple el primer aniversario de la muerte del líder histórico de la Revolución Cubana Fidel Castro Ruz, según unos, o del cruel y megalómano dictador al decir de otros. La controversia que lo rodeó en vida continúa después de su muerte. Pero de lo que se trata en estas líneas es como recibe Cuba, políticamente hablando, este primer aniversario.
A diferencia de otros países donde se transitó a la democracia al año de la muerte del dictador, como ocurrió en la España pos-franquista, coincidiendo que el Caudillo también murió en el mes de noviembre. En Cuba no se ha adelantado nada en materia de apertura política y económica. Por el contrario se ha retrocedido con la suspensión de nuevas autorizaciones para trabajar por cuenta propia en las actividades fundamentales. El experimento de la cooperativización no agropecuaria se paralizó. La inversión extranjera directa y el mega-proyecto de la Zona Especial de Desarrollo del Mariel, tampoco progresan. No se reformó la ley electoral y una vez más el gobierno coartó a la débil oposición impidiéndole participar en pie de igualdad en el juego electoral. En resumen podemos decir que el cuartico está igualito.
Las esperanzas reformistas depositadas en la nueva generación de líderes que asumirá, al menos nominalmente, el poder el 24 de febrero de 2018, se vieron frustradas con el video filtrado a las redes sociales del Vicepresidente Miguel Díaz-Canel Bermúdez, en el cual se reveló como un ortodoxo comisario político. Las tímidas reformas económicas iniciadas con la llamada actualización del modelo económico, lideradas por el Vicepresidente del Consejo de Ministros Marino Murillo y el general Andollo por la llamada Comisión de Implementación de los Lineamientos Económicos y sociales, quedaron sepultadas en el olvido.
El culto a la personalidad del Comandante Eterno convertido en piedra, se proclama impúdicamente a los cuatro vientos. Ahora reforzado con la obligada permuta de los restos del Padre de la Patria, Carlos Manuel de Céspedes y la Madre de la Patria, Mariana Grajales a los pies del caudillo eterno. Aunque de su pensamiento sólo quede el juramento de Baraguá del que nadie habla y el concepto de revolución que se redujo a ¨cambiar todo lo que deba ser cambiado¨.
La economía continúa en aguda crisis, agravada por el azote del huracán Irma que agotó los recursos de reserva, obligando a los gobiernos locales a resolver la miseria de los damnificados con los menguados recursos materiales de que disponen.
Pero algo sí ha cambiado. Los cubanos, especialmente los capitalinos aprendieron a salir a las calles y protestar pacíficamente ante el abandono gubernamental por el paso de Irma, la falta de electricidad, agua y comida. Los vecinos del municipio 10 de octubre, se manifestaron en dos ocasiones; los de Santos Suárez tomaron la Calzada de 10 de octubre y los de la Víbora y Sevillano tomaron el parque Mónaco. Sus peticiones fueron escuchadas y la ¨normalidad¨ miserable fue restituida. Pero la lección fue aprendida y generalizada en el imaginario popular.
Este primer año sin Fidel pasó como uno más, pese a la guerra de los decibelios y el apretón de Trump. Pero veremos que pasa en el segundo año, cuando pueda surgir una crisis de liderazgo en la sucesión, con enfrentamientos internos por el poder, o se combine la crisis en las alturas con un meteoro que pase por la vulnerable y medio-milenaria capital ocurriendo un estallido social que precipite cambios radicales en la política. En definitiva la única y seria manifestación masiva de rebeldía en la Cuba revolucionaria fue el maleconazo de 1994. Si en algo tengo fe, es que el Señor de la historia dispondrá cuando llegue el momento y aquellos que en su soberbia negaron el poder divino en el devenir histórico, verán con asombro todo lo que ocurrirá con un crujir de dientes. La neo-religión pagana basada en la adoración del dolmen de Santa Ifigenia desaparecerá para siempre.