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Prostitución, hidra de las siete cabezas en Cuba

En la noche del viernes 19 de Enero, una redada policial detuvo a quince   muchachas, la mayoría procedentes de la provincia de Camagüey , requeridas por prostituirse en la Habana Vieja, imponiendo las autoridades multas de  3000 pesos moneda nacional, además de la advertencia legal contra la reincidencia en la acción.

El hecho tuvo lugar en los portales del  antiguo convento conocido como “El Palacio de las Ursulinas”, a escasos  metros de la estación policial de la calle Dragones, esquina a Ejido, ya en el perímetro de la ciudad antigua, patrimonio de la humanidad.

Una muchacha llamada Ana Julia que, se ofreció a declarar, comenzó diciendo: “Siempre nos acusan sin pruebas, me cogieron sola, pero al estar asociada con otras que ya tienen actas de advertencia anteriores, fui calificada por simple presunción de ser prostituta.”

El edificio señalado está internamente subdividido en numerosos cuartos que se alquilan, entre otras personas a estas chicas guapas que arriesgan el pellejo vendiéndose a los turistas, aunque las hay, generalmente algo mayores en edad, que hacen lo mismo con cubanos pertenecientes a la nueva clase de ingresos altos que ha surgido en Cuba.

Sobre tal peculiaridad la entrevistada dice: “Los yumas—extranjeros— ofrecen más, sobre todo otras opciones como ganarse finalmente el matrimonio y escapar de este maldito país que nunca se arregla.”

Respecto a los cubanos pagadores de placer, la diferencia está en la escasa intervención policial, lo que a la larga es una ventaja porque las mujeres no quedan marcadas por el sistema legal aunque abundan delitos asociados al tráfico de cuerpos, entre otros drogas, estafas y en ocasiones  violencia.

Existen zonas de auténtica “tolerancia”, como  la  calle Águila y el malecón habanero donde es fácil convenir con una cubana  por el equivalente a cinco CUC—pesos convertibles— o  ciento veinte pesos moneda nacional, sin olvidar   “El peso CUC  del alquiler temporal”.

Las relaciones con la policía son complejas e imprevisibles, sobre todo tratándose de turistas, según  dice otra entrevistada, llamada  Lucrecia “la batidora”: “Algunos guardias se hacen de la vista gorda a cambio de regalos”. ¿Cuáles regalos, pregunta el reportero? Y ella contesta: “Van desde dinero, pasa por la caja de cigarros, una buena merienda y en ciertos casos hasta darles un chance con el sexo.”

¿Siempre es así? Tratamos de precisar: “No, hay policías intransigentes y además están los operativos, como el de hoy, cuando son enviados en grupos, tienen un jefe vigilante, aunque te conozcan no pueden ayudarte esta vez y te toca la consabida multa, junto a la amenaza de deportación hacia tu provincia de origen.”

Nada es nuevo, las redadas se suceden, los trenes, sobre todo hacia las provincias orientales, las más empobrecidas en un país en crisis, cuentan con vagones especialmente dedicados a regresar a sus hogares primitivos a las prostitutas y los proxenetas acompañantes.

La paradoja es que pasadas unas semanas, deportadas y deportados pululan nuevamente por las calles de la capital cubana, impertérritos, persistiendo como la hidra de las siete cabezas.

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