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Arcos Bergnes y las seducciones del poder

Aprovecho que no se celebra en estos días ningún aniversario importante de la vida o de la trayectoria política de Gustavo Arcos Bergnes para recordarlo, solitario y alerta, entre sus libros de historia y unos pájaros que cantaban o algo así en su apartamento de El Vedado. Allí vivió sus últimos años y era tan pequeño el sitio que se comentaba que en vez de entrar a su casa, Gustavo se la ponía como un chaleco o un suéter.

Sí, es bueno recordarlo porque ese hombre, que nació en Caibarién, en 1926, y falleció en la capital de Cuba en el verano de 2006 fue, entre otras cosas, uno de los promotores fundamentales de la batalla pacífica por el respeto a los derechos humanos y por la libertad en su país.

Venía de combatir la dictadura de  Fulgencio Batista, de desempeñarse como embajador en Bruselas y de convertirse después, por sus posiciones cívicas y su honestidad como ciudadano,  en un prisionero político del régimen castrista. Así es que, en 1988, junto a su hermano Sebastián y otros activistas habaneros fundó el Comité Cubano Pro Derechos Humanos (CCODH) y comenzó un trabajo que, poco a poco, bajo la presión de la policía y el acoso de implacable del gobierno, se extendió por todo el país y alcanzó resonancias internacionales con el apoyo del exilio cubano.

A mí me gusta recordarlo, como he escrito alguna vez, como un señor a salvo de las seducciones del poder, un cubano de la calle que quería vivir en un país democrático. No tenía ínfulas de profeta, ni se creía infalible. Era un disciplinado lector de historia y un conversador enterado que se negaba a dar lecciones. Prefería reflexionar y escuchar.

Arcos tenía, como una de sus cualidades congénitas, mucho coraje para soportar, con la misma entereza -y una calculada indiferencia- los mítines de repudio con golpes incluidos que organizaban en su casa las brigadas gubernamentales y los ataque verbales de otros orígenes.

Un cubano de la calle que quería vivir en un país democrático. No tenía ínfulas de profeta, ni se creía infalible.

Hace un tiempo, un amigo lo definía así desde La Habana: “No era un santurrón, ni un soñador sin base. Quería la unidad en el respeto, pero no la unanimidad.”

Ya se ha dicho, no hay fecha redonda ni un acontecimiento trascendente para evocar la figura de Arcos Bergnes. Es otro día de la vida en el que la oposición pacífica, presente y viva de San Antonio a Maisí,  seguirá enfrentada a la dictadura.  Y Gustavo estará ahí, de alguna manera estará ahí, como está desde los años ochenta del siglo pasado.

 

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