Las cafeterías, dulcerías y panaderías son establecimientos estatales que sirven para proporcionar alimentos a la población, desde aperitivos, dulces, pan hasta comidas. Algunas cafeterías comparten características con bares y otras con restaurantes.
Es de suma importancia para estos comercios mantener las normas higiénicas sanitarias que regula la industria alimenticia, surgida como defensa contra las adulteraciones y fraudes alimentarios, que tienen un área de acción que va desde la producción hasta el consumo de los alimentos.
Pero el objetivo primordial de estas normativas es mantener dentro de los límites aceptables la higiene y la seguridad, tanto de la producción como de la comercialización. La calidad de los alimentos está vinculada con un conjunto de cualidades que los hacen aceptables a los consumidores, lo que incluye tanto las percibidas por el sabor, olor, color, textura, forma y apariencia higiénicas y químicas.
En La Habana muy pocos centros gastronómicos y de comercio cumplen con las normas y estándares establecidos internacionalmente en la elaboración y venta de alimentos; ¡y eso que es la capital del país!
Un ejemplo de ello son las cafeterías ubicadas en el paradero de la extinta ruta 13, en la calle 100 en el Reparto Fortuna, la que se encuentra en la Calzada de Bejucal, frente a la conocida tienda La Trigueña en el Municipio Arrollo Naranjo, en esta misma localidad se encuentra en idénticas condiciones la que está frente al cuartel de la policía en la barriada del Capri conocida por La Guarapera.
La población aledaña a estos centros de elaboración y venta de alimentos se encuentra inconforme con el pésimo servicio que brindan estas entidades, se queja en primer lugar, de las condiciones higiénico-sanitarias; de la manipulan de la mercancía, sin cumplir con las normas, el traslado de los productos en cajas por el piso y la falta de refrigeración que tienen; incluso puede verse a menudo animales comiendo en el piso al lado de las existencias.
Para los lugareños ya casi se hace costumbre que los alimentos se encuentren en mal estado, hasta descompuestos; pero lo peor es que los dependientes -con toda impunidad- venden estos productos a la población. No es un secreto para nadie que estos comestibles se pasan días en el lugar y no son remplazados.
La mayoría de los dependientes que laboran en los centros no se encuentran calificados para ejercer este servicio, en primer lugar maltratan a sus clientes, muy pocos usan el uniforme que los identificas como gastronómicos; presentan un porte y aspecto nada adecuado para trabajar con alimentos, no usan guantes para despachar, lo mismo despachan una caja de cigarro que un pan con pasta sin lavarse las manos; pero el colmo es que un solo empleado manipula comida y dinero.
Con la apertura del trabajo por cuenta propia, ha nacido un sector de comercio y gastronomía privado que ha ridiculizado y expuesto a la luz pública la ineficiencia y desinterés de las autoridades que dirigen la gastronomía estatal. Esta red de trabajadores por cuenta propia, pese a las restricciones y trabas que tiene, ha realizado un trabajo de calidad al punto que han innovando en sus domicilios, locales para cafeterías, restaurantes, dulcerías y panaderías que en poco tiempo se han ganado la aceptación popular.
Estos nuevos establecimientos del sector privado cumplen bastante las normas establecidas sobre la manipulación de alimentos, aseguran que sus productos mantengan la higiene en la producción y comercialización. En su mayoría son acogedores, sus ofertas variadas y de bastante buena calidad y sus empleados atienden a los clientes de manera afable y respetuosa, todos uniformados correctamente. Aquí funciona bastante bien, una consigna gastada y que no dio resultados: “Mi trabajo es usted”.